3 de julio de 2010

Crónica social


El Mejillón en Mister Gay: un viaje al infierno

Anoche los mejillones, mudados a la periferia madrileña y desde su nueva vida de mercadona y piscina, acudimos a la capital para asistir al certamen de Mister Gay. La cosa empezó mal. ¿Un photocall? Pronto nos explicaríamos por qué.


Después de ser autorizados por el mismísimo Señor Patatas (un tío tatuado nos instó a decir la siguiente frase a un portero de dos metros: “nos ha dado autorización Javier Patatas”). Funcionó. Era un pase directo al infierno.


En primera fila, compartiendo unos pocos metros cuadrados con un ejército de pluma, el mejillón se apostó con su cámara y la mejillona con un cuadernito. No sabíamos lo que nos esperaba hasta que por nuestras narices pasó una tía con tetas sobresalientes (salían del vestido, digo) y un montón de pelo. Un grupo de fans gritaba “Natalia”. Un cuarentón (supongo que gay, ya que llevaba esperando desde las siete para ver el certamen) y yo misma miramos con asombro a este ser, al parecer, humano. “Es de OT”, aclaró un grupo de jóvenes con chapas en las que podía leerse “Natalia”.


Al poco, Carmen Lomana rozó mi espalda desnuda y entonces empecé a intuir lo que nos esperaba. Un tal Ricardo Jordán junto a una preñada carmen Alcayde decían presentar lo que en realidad era un castigo de Dios a nuestras sensibles vulvas.


A partir de entonces, la noche se confunde. No recuerdo el orden de las cosas horribles que vi en la plaza de Callao. Un hombre vestido de cuero coreando a una tal Anabel Conde, que aseguró haber hecho “algo muy grande por todos vosotros” (quedar segunda en Eurovisión: ¡¡¡¡GRACIAS ANABEL!!!!). La resurrección de Ella Baila Sola, paseando como zombis melosos por el escenario hasta que la mujer preñada tuvo agallas para echarlas. Un tío de Fama aporreando su cuerpo contra las tablas del escenario.



En medio de ese infierno, sólo unas palabras me devolvían de vez en cuando a la realidad: El Corte Inglés, El Corte Inglés. Llegué e repetir estas palabras como una oración para no caer presa de las llamas del infierno, pero la tal Natalia salió a escena y de nuevo temí por mi vida. ¿Me lanzaría una de sus durísimas tetas? Le saldría disparado un rayo de ese coño que me apuntaba? ¿Serían venenosas las plumas de su vestido? ¿Moriría yo asfixiada por su pelo? ¡AY!

Ya olvidaba qué hacíamos en Callao cuando alguien habló de luchar por no sé qué derechos y empezaron a desfilar hombres en bañador. Vi al mejillón tocar el tobillo aceitoso de uno de ellos y de repente me di cuenta. Israel Acevedo, coronado Míster Gay y, al fondo, el edificio de El Corte Inglés me dieron una hostia de realidad. Estábamos en el multipromocionado certamen de Mister Gay y yo quería comprar calzoncillos Calvin Klein, fundir mi tarjeta en un spa, llevar ropa deportiva traslúcida y untarme de aceite.


Cual fantasmas salimos de allí. Volví a ver al hombre tatuado que nos dio la clave de entrada al infierno (“me autoriza el señor patatas”). Esta mañana creo haber deambulado por los pasillos del mercadona y oído los gritos de algunos niños en la piscina. ¿Es esto real? ¿O consumó Natalia su plan diabólico para liquidarnos?

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